Los casos de Olympus y papelera Daio han marcado un año funesto para el mundo corporativo japonés
La cultura empresarial de Japón, basada en el rigor, el consenso y la armonía, ha visto su imagen sacudida por los recientes escándalos en grupos como Olympus o la papelera Daio, cuyo ex presidente fue arrestado por jugarse en casinos fondos de la compañía.
El 2011 ha sido un año negro para el mundo corporativo nipón, que, además de sufrir las consecuencias económicas del devastador terremoto de marzo y de un yen extraordinariamente fuerte que daña a las exportaciones, ha vivido algunas de sus polémicas más sonadas.
La que más atención ha acaparado ha sido la del fabricante de productos fotográficos y de óptica Olympus: a mediados de octubre, la destitución por sorpresa de su presidente, el británico Michael Woodford, destapó un caso de adquisiciones irregulares supuestamente destinadas a encubrir cuantiosas pérdidas en inversiones.
La junta directiva aseguró en un principio que Woodford -el primer presidente no japonés en la historia de Olympus- fue cesado por “falta de adaptación”, ya que actuaba según “su propia autoridad” y eso interfería en una política de gestión basada en el consenso.
Poco después se supo que el ex presidente, que, en palabras de los directivos, “no supo superar la barrera cultural”, había cuestionado unas turbias adquisiciones que buscaban maquillar pérdidas que se estiman en más de 930 millones de euros.
En cualquier caso, con su acusación Woodford rompió el asentado concepto de consenso y algunas de las reglas que consultoras como Global Business Culture consideran básicas para moverse en el tejido empresarial nipón: cuidar las relaciones, mostrar respeto y ser diplomático en todo momento.
El caso arrojó también dudas sobre las prácticas de gestión empresarial extendidas en Japón, donde muchas juntas directivas actúan “como un solo ente”, según el propio Woodford, y escasean los órganos independientes dentro de las compañías para velar por los accionistas.
En el caso de Olympus, éstos vieron cómo los títulos de la multinacional perdían la mitad de su valor tras el escándalo, aunque en la última semana se recuperaron parcialmente por las adquisiciones de los cazadores de gangas.
Otro de los casos que estos días está bajo los focos es el del grupo Daio, tercera papelera nipona, cuyo ex presidente fue detenido por “abuso de confianza” al descubrirse que dilapidó unos 8.580 millones de yenes (más de 82 millones de euros) de la compañía jugando en casinos.
Mototaka Ikawa, nieto del fundador de Daio y presidente del grupo desde 2007 hasta su dimisión el pasado septiembre, fue arrestado después de que la propia empresa presentara contra él cargos criminales por daños a la compañía.
Una investigación descubrió que Ikawa había pedido préstamos a diferentes filiales de Daio por más de 100 millones de euros, que fueron a parar a diferentes cuentas, algunas personales, antes de que buena parte de ellos acabaran supuestamente en los tapetes de distintos casinos de Macao.
Ninguna de las filiales cuestionó las peticiones del entonces presidente, que se hicieron sin garantías y sin ser aprobadas por la junta directiva, ni se hizo un seguimiento de las cantidades, lo que ha llevado a Daio a asegurar que “reconstruirá” la gestión de su gerencia corporativa.
Sólo un e-mail enviado desde una de las subsidiarias logró sacar a la luz el escándalo, que también hizo temblar las acciones del grupo, el cual ha destituido al padre y hermano del ex presidente, que ocupaban cargos de asesor y miembro de la junta directiva, respectivamente.
El mundo empresarial nipón no había estado exento de irregularidades en los últimos años, pero los últimos casos han reavivado el debate sobre un modelo de gestión empresarial que, en muchos aspectos, se ha mantenido al margen de las tendencias de la globalización.